lunes, 14 de abril de 2008

Peor es Nada: El Porqué de la Ineficacia de las Formas de Gobierno


Al determinar la mejor forma de gobierno siempre se produce un choque de intereses entre el pueblo y la(s) autoridad(es), pues si para el primer ente es mejor un régimen lleno de libertades y derechos, para el segundo es más eficaz y cómoda la tiranía. Esta dicotomía, aquí expuesta para su comprensión, estará siempre presente como un fantasma sobre nuestra sociedad pues, sea cual fuere la manera de administración predominante, esta nunca alcanzará la perfección total puesto que los seres humanos no estamos diseñados para obedecer a tal escala. Sin embargo, la Anarquía total tampoco sería posible debido a la propensión condicionada del ser humano a buscar un líder; como consecuencia, tarde o temprano el gobierno antiguo sería restablecido.

El análisis desarrollado a continuación, advierto, se ha realizado un poco a priori, y observaciones y correcciones con respecto al tema serán siempre bienvenidas. Aunque he intentado no entregar conclusiones apresuradas, siempre los detalles escapan como hombres frente a una responsabilidad.

La Anarquía

Lo más parecido a la anarquía auténtica tuvo lugar en la época previa a la formación de clanes en la prehistoria, donde no existía una autoridad formalmente señalada o tan distinguible. Sin embargo la anarquía no pasa de ser una utopía que no funciona más que en el papel (al igual que el todas las otras aquí analizadas), gracias a que el hombre posee una constante propensión siempre condicionada a buscar y encontrar líderes para ciertas tareas.

Lo primero que ocurre es que en los albores de la humanidad, cuando el mono desnudo se vuelve carnívoro, se da cuenta de que para llevar a cabo una caza productiva necesita de alguien que regule las acciones grupales (de otro modo las descoordinaciones harían fracasar cualquier intento de obtención de alimento). Luego, ciertas decisiones concernientes a la vida del grupo como la repartición del alimento según los integrantes y la frecuencia de la obtención de este, y más aún tras la llegada de la agricultura –donde se hizo indispensable la delegación-, fueron determinando la necesidad de un líder permanente.

La Dictadura del Proletariado [1]

Desde que existe la sociedad, esta se ha dividido esencialmente en 3 categorías, que en términos generales podríamos denominar como: los Altos, los Medianos y los Bajos. Estas se han mantenido a lo largo de la historia de manera invariable en su fondo, mas no en su forma. “Los fines de estos tres grupos son inconciliables. Los Altos quieren quedarse donde están. Los Medianos tratan de arrebatarles sus puestos a los Altos. La finalidad de los Bajos, cuando la tienen -porque su principal característica es hallarse aplastados por las exigencias de la vida cotidiana-, consiste en abolir todas las distin­ciones y crear una sociedad en que todos los hombres sean iguales. Así, vuelve a presentarse continuamente la misma lucha social. Du­rante largos períodos, parece que los Altos se encuentran muy se­guros en su poder, pero siempre llega un momento en que pierden la confianza en sí mismos o se debilita su capacidad para gobernar, o ambas cosas a la vez. Entonces son derrotados por los Medianos, que llevan junto a ellos a los Bajos porque les han asegurado que ellos representan la libertad y la justicia. En cuanto logran sus obje­tivos, los Medianos abandonan a los Bajos y los relegan a su anti­gua posición de servidumbre, convirtiéndose ellos en los Altos. Entonces, un grupo de los Medianos se separa de los demás y em­piezan a luchar entre ellos. De los tres grupos, solamente los Bajos no logran sus objetivos ni siquiera transitoriamente”. [2] De esta manera y pese a los avances en reformas favorables a los Bajos nunca se ha conseguido –ni será posible conseguir alguna vez- la igualdad humana. Como dice Orwell, “Desde el punto de vista de los Bajos, ningún cambio histórico ha significado mucho más que un cambio en el nombre de sus amos”. [2]

Para que la sociedad exista son absolutamente necesarias las diferencias de clase, pues de lo contrario viviríamos incivilizadamente, como hombres del paleolítico.

Ahora, la literal forma de la Dictadura del Proletariado poco garantizaría la igualdad humana, al contrario, sólo confirmaría la tesis presentada (los Bajos asumirían el papel de los Altos, pasando éstos al lugar de los Medianos y los últimos al de los Bajos -es decir, sólo habría movilidad de miembros entre las categorías y nunca una desaparición total de todas o alguna de éstas).

[1] Basado en lo señalado por George Orwell en el noveno capítulo de su obra “1984”
[2] Tomado literalmente de la obra y el capítulo señalados anteriormente

La Democracia

El espíritu de la Democracia radica (generalizando) esencialmente no en que el pueblo sea el que gobierne, sino en que erija un tirano para que este sea el que los mande; Ahora, cuanto mejor si ese tirano hace lo que uno haría si ocupara el mando.

El regidor debe ser una extensión del votante, es decir, debe “representarlo” en sus intereses, valores, desvalores, creencias y un cuanto hay de características humanas. En otras palabras, el votante debe verse reflejado en el elegido de tal manera que el personaje debe ser el votante.
La gran diferencia entre la tiranía pura y esta variante es que en la segunda, al poseerse el poder de elegir al dictador de turno (regulándole las conductas), el pueblo es capaz de verse en su mayoría “representado” de tal manera que se siente muy a gusto con la tiranía y no ve violentados sus derechos –recordemos, siempre porque existe identificación máxima con el regidor.

A diferencia de lo que ocurre en un sistema de gobierno totalmente centralizado (aunque se niegue, en la democracia la centralización del poder existe parcialmente), para que alguien se mantenga en el poder debe simpatizar con la población en los términos expuestos o de lo contrario no podrá conservar su cargo por más de un período o siquiera adquirirlo. En palabras de Maquiavelo diríamos que, en lo que a la democracia respecta, vale más ser amado que temido. Suele ser bastante dificultoso ser amado por la masa (de ahí el descontento popular actual) y dar en el justo medio entre Atila el Huno y la Madre Teresa. Porque si para un príncipe lo esencial es “hacerse temer de modo que el miedo no excluya el afecto y engendre el odio” [3], para un gobernador de la democracia (y más aún si se es aspirante a) lo fundamental es hacerse amar de modo que la calidez no excluya el miedo y genere abusos e irrespetos a la autoridad.

[3] Citado del capítulo 17 de “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo, "De la crueldad y de la clemencia, y de si vale más ser amado que temido”